En estos días las familias están dando vueltas a los resultados escolares. Si nuestros hijos han aprobado en casa respiraremos aliviados y nos alegraremos por ello. Por el contrario, si han suspendido... ¿Estamos los padres preparados para ello? ¿Qué hacemos cuando hay cates para el verano?
Aunque no hay respuestas definitivas, conviene saber que enfadarse, alzar la voz o humillar a su hijo no sirven de nada. Y castigarle para todo el verano tampoco. ¿Cómo reaccionar entonces?. Les proponemos que lean el siguiente artículo tomado del diario La Vanguardia:
Aunque no hay respuestas definitivas, conviene saber que enfadarse, alzar la voz o humillar a su hijo no sirven de nada. Y castigarle para todo el verano tampoco. ¿Cómo reaccionar entonces?. Les proponemos que lean el siguiente artículo tomado del diario La Vanguardia:
"Tranquilidad, análisis realista y firmeza en la aplicación de soluciones. Tranquilidad, análisis realista y firmeza en la aplicación de soluciones. En eso, básicamente, consiste la receta que maestros, pedagogos y psicólogos dan a los padres a la hora de afrontar los suspensos de sus hijos. Sencilla ¿no? Entonces, ¿por qué lo primero que suelen hacer los padres cuando su hijo llega con uno o varios suspensos es echarse las manos a la cabeza, enfadarse, regañarle y lanzarle toda una retahíla de castigos y amenazas? “Nunca se viven bien los suspensos; los padres se preocupan mucho porque sus expectativas académicas y sociales se frustran, y eso les provoca una reacción de enfado y de culpa que a veces dirigen hacia el niño y a veces hacia ellos mismos reprochándose no haberle ayudado más”, explica Raquel-Amaya Martínez, especialista en educación familiar y relación escuela-familia de la Universidad de Oviedo.
Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València (UV), subraya que hoy los padres se miden mucho a sí mismos por el éxito de sus hijos en los estudios y en la vida, porque la deseabilidad social es tener una familia, que los hijos vayan bien en sus estudios, que no tengan conflictos y que se ganen bien la vida. “Por eso, cuando ven un suspenso, les da miedo que eso signifique que sus hijos –y por derivación ellos– van a ir mal en los estudios, van a tener un mal pronóstico para el futuro y van a fracasar”, comenta. Y opina que un suspenso no es para alarmarse ni desmoralizarse y, por el contrario, “a veces puede resultar un acicate, una manera de aprender a superar la frustración y a poner más recursos personales para superar las dificultades”. Pérez remarca que lo importante en estos casos es no desmoralizar ni humillar al chaval con comentarios del tipo “eres un vago”, “es que eres muy torpe” o “no vales para estudiar”. “Lo importante es no hacer creer al niño o al adolescente que por ese suspenso ya no es bueno para los estudios, porque está demostrado que es más predictor de éxito académico el autoconcepto académico que uno tenga que no la inteligencia”, alerta la especialista en educación de la UV. Por eso su receta es “decirle al hijo que él puede, que ha fallado y ha suspendido porque hay cosas que no ha entendido pero que podrá entenderlas con más atención y esfuerzo, animarle a superarse y apoyarle para que no se perciba como torpe y eso configure su autoconcepto académico”. Su recomendación es ver el suspenso como una forma de enfrentarse a la frustración de no haber alcanzado el nivel exigido porque se ha descuidado, y de superarla con esfuerzo en lugar de que frustrarse suponga abandonar o derive en agresividad.
Claro que no es lo mismo un suspenso que cinco, ni fallar en lengua que en plástica, ciudadanía o educación física. Por eso, lo primero, cuando llegan unas notas con suspensos, es tener una visión realista, analizar las causas. “Si un chaval suspende una o dos, quizás es que tiene problemas en un área determinada o ha tenido dificultades con algún contenido concreto; pero si suspende seis asignaturas, entre ellas algunas… en que lo único que se exige es cumplir con las tareas que encargan los profesores, es que falla todo: la planificación, la organización, el tiempo dedicado a los deberes, las técnicas de estudio… Y eso no se soluciona con castigos eternos ni con profesores particulares; son problemas que han de afrontar los padres”, resume Benjamí Montenegro, del centro de Barcelona EPDI.
María Jesús Comellas, profesora de la UAB, afirma que no tiene mucho sentido que los padres se echen las manos a la cabeza cuando sus hijos llegan con las notas porque los suspensos no son una sorpresa para nadie: “Hay suficiente información para ir haciendo un seguimiento de cómo van los hijos en la escuela; así que en lugar de recurrir a la bronca y el castigo, hay que sentarse con papel y lápiz y hacer un análisis conjunto (padres e hijo) lo más sereno posible sobre las causas, los primeros síntomas, el proceso y el resultado final. “Si no se analiza por qué ha pasado eso no dejará de pasar; y también es importante distinguir si el chaval intenta simplemente justificarse o se da cuenta de que no ha dedicado tiempo suficiente a sus tareas y por eso ha suspendido, porque es necesario, sin broncas, ajustar su pensamiento a la realidad”, explica. Montenegro coincide en que si un chaval llega con varios suspensos y los padres se sorprenden “es que la familia tiene problemas de comunicación y con el centro escolar”.
Una vez analizada las causas de los suspensos entre padres e hijo, los expertos recomiendan ir a hablar con el tutor. “Es importante ir juntos para que no quede la opción de decir luego que el chaval miente”, advierte Comellas. Petra M. Pérez advierte que no se trata de increpar al profesor con un “¿por qué ha suspendido a mi hijo?, sino plantearle “¿cómo podemos ayudarle?” y hablar de cómo se sitúa socialmente en clase, de si es un hecho puntual la caída de rendimiento, a qué obedece…."