Una madre me comentaba hace unos días las dificultades para hacer cumplir el castigo que ella y su marido le habían impuesto a su hijo, antiguo alumno del centro, por motivos que no vienen al caso y que, a mi juicio, justificaban sobradamente la medida adoptada: no dejarle salir por la noche los fines de semana durante un mes.
El chaval se rebelaba ante sus padres quienes estaban tratando de hacer algo sensato: poner límites. En este caso a una conducta totalmente inapropiada de la que podrían haberse derivado serios problemas. Me pedía consejo y estuvimos hablando un buen rato sobre ello. Poner límites razonables es una obligación ante la que los padres y las madres no pueden ni deben dimitir.
Durante la conversación me acordé de las quejas de aquellos padres de Pozuelo cuando el juez de menores condeno a sus hijos (que habían cometido actos vandálicos) a estar tres meses sin salir los fines de semana de fiesta. El caso fue muy comentado en las televisiones. En el vídeo que insertamos puede verse un interesante comentario al respecto que hizo en su día Iñaki Gabilondo sobre esta cuestión y que tiene una validez general para cualquier caso en el que entran en juego la disciplina y los límites.
Los padres no son "amigos" de sus hijos. Al menos no lo son a la manera en la los adolescentes entiende la amistad. A los padres les toca también el papel de establecer las reglas del juego. De manera consensuada, de manera razonable, con diálogo y con todo el cariño del mundo... pero no pueden volver la cara a la hora de establecer esos límites. En el principio de todo (o de casi todo) lo que acaba pasando en la educación de los hijos, siempre están los padres.
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